Nos odian


Hace tan sólo unos días atendí a la primera persona que me estuvo hablando bien de los funcionarios. Incluso destacó que éramos imprescindibles en las sociedades modernas. Y claro, como ya me había sucedido en otras ocasiones mi primera pregunta fue si él también era funcionario. Pues no, pero rápidamente encontré la "trampa": "lo es mi mujer y mi hija la mayor". Y es que en los tiempos que corren las personas que piensan en nuestro trabajo como otro cualquiera (incluso dejando a un lado el servicio público) pueden ser las mismas que creen que Pamela Anderson es una actriz por sus dotes interpretativas. Desde que atiendo a los sufridos contribuyentes he llegado a la conclusión de que la mayor parte de la sociedad nos odia y cree que somos sanguijuelas de la teta del estado. Las únicas excepciones que he encontrado se refieren a las personas que también trabajan, directa o indirectamente para la administración o, como en este caso, lo hace alguién muy próximo.
En contadas ocasiones y cuando mi nivel de paciencia ha rozado la neurosis he llegado a zanjar la conversación y ataque del contribuyente espetándole si creía que mi trabajo consistía en hacerle la puñeta, "mire usted, yo no vengo aqui a trabajar para joderle". Claro, se quedan sin palabras. Imagino que más por mi vocabulario que por la posible reflexión ética-filosófica. Enseguida vuelvo a razonar lo mismo pero utilizando un vocabulario apropiado según la Real Academia de la Lengua (aunque claro, Cela también era de la Academia y no veas lo que largaba) y con unos modales exquisitos propios del protocolo de la casa real británica. Lo entienden y todo termina bien.

1 comentarios:

Alorza dijo...

Bienvenido a la blogosfera pública, funcionario. Y, ánimo, hay que conservar el orgullo alto.